Los detalles marcan la diferencia. Como nuestras butacas Meghan, que no pasan desapercibidas a la protagonista de la historia "El Doctor Wollman" de la escritora Leticia Sala.

Llevaba años yendo a la visita del Dr. Wollmann. Varias cosas no me gustaban de ese centro: el olor a ambientador y la forma en la que nos guiaba por la consulta para que nunca nos cruzáramos con otros pacientes. Siempre que terminaba una sesión me decía a mí misma que esta era la última, que no volvería más a contar mis neurosis a cambio de dinero. Pero siempre volvía. Volvía por la misma razón por la que estaba en terapia: no saber poner fin a las cosas. Así que eso se volvió un bucle imposible. Ni siquiera dejé de ir cuando por fin vi su reloj escondido con el que controlaba cuándo terminaba la sesión. Tantos años de terapia preguntándome cómo podía siempre finalizar a la hora exacta y resulta que tenía un reloj escondido en su mesa entre los pañuelos para las lágrimas y las carpetas amontonadas de los pacientes. Fue un bajón inmenso. Cualquier otra explicación a su forma de adivinar la hora hubiese sido más trepidante. Otra cosa que no me gustaba nada era el hecho de que cerrara tanto los ojos mientras hablaba. Yo seguía explicándole mis problemas, pero no me quitaba el miedo a que un día se quedase dormido mientras hablaba. Pero preferí convertir mi tristeza en un pequeño juego conmigo misma: comencé a medir su grado de interés en lo que le explicaba en función de la frecuencia con la que cerraba los ojos mientras yo hablaba. Era mi forma de psicoanalizarle yo a él. El mobiliario de la consulta del Dr. Wollmann no cambió en años. Hasta que un día llegué y me fijé en dos cambios: había colocado un reloj en la pared detrás de la butaca del paciente. Así, el Doctor ya no tenía ni que jugar con son sus ojos para dar por finalizada la sesión. Las butacas también habían cambiado. La del Doctor era azul de terciopelo y la del paciente era turquesa. Nunca me olvidaré de la sesión en la que empecé a notar que el Doctor se estaba a punto de dormir mientras le explicaba algo y a mí me pareció buena idea comentar lo cómodas que eran las nuevas butacas. En ese instante preciso, pude ver que el Doctor se había dormido por completo. Mi mayor temor se había hecho realidad. Esa fue la última vez que fui a la consulta del Doctor Wollmann.

Leticia Sala

9 de Julio de 2020 a las 09:55