Cuando no encuentras la inspiración, en el momento menos esperado, ella te encuentra a ti. Además, nuestra colección de muebles Kesia es el set perfecto para darle rienda suelta. La protagonista de esta nueva historia de Leti Sala lo sabe bien.

Nunca vivimos en París. Conseguimos mudarnos a Francia durante todo un verano antes de que Linus naciera, pero nunca llegamos a vivir en la ciudad donde dormían todos los escritores que me habían inspirado a comenzar a escribir. Vivíamos en una casita en el campo, a treinta kilómetros del norte de Paris. Yo trabajaba bastante bien; trescientas palabras al día para lo que iba a ser mi primera novela.

La casa pertenecía a una tía lejana de mi madre que nos dejó pasar el verano en su finca a un precio irrisorio, dejándonos intuir que no estábamos ahí por el alquiler sino para proteger su propiedad. Sin embargo mi cabeza seguía proyectándose en las grandes avenidas de París, en los luminosos salones de hotel, en el bullicio de los barrios y mercados. Esa sensación de aislamiento y lejanía se difuminó durante una mañana de verano de sol abrasador cuando alguien llamó al timbre. Con mi taza de café en la mano, crucé toda la arboleda del jardín para abrir la puerta que daba a la calle. Caminaba a paso despreocupado, todavía sumergida en el capítulo que estaba comenzando. Ese momento me parecía un puro trámite ya que había anticipado que se trataría de algún familiar preguntando por mi tía lejana. Pero fue todo menos eso: era Delphine de Vigan pidiendo ayuda porque su gato se había quedado atascado entre dos barrotes de la barandilla de su balcón. A partir de ese momento, todo sucedió en un instante compacto y borroso. Mi escritora preferida estaba delante de mí señalando con sus alargados dedos una finca vecina, invitándome a seguirla. Cruzamos la calle sin mirar a los lados, corrimos juntas, subimos las escaleras con torpeza.

Delphine se había dejado todas las puertas abiertas. Atravesamos el pasillo hasta llegar al salón. Ella buscaba mis ojos, pidiéndome que me apresurase, pero yo no los podía sacar de la escena: encima de un aparador había cientos de libros apilados, algunos a punto de caerse al suelo. Se adivinaba una televisión encima de otro mueble, envuelta de un póster de Brigitte Bardot con los dos ojos agujereados. Más y más libros recubriendo todas las superficies sobrias y homogéneas. En el mueble bar, las botellas estaban vacías, y en el escritorio en chapa de nogal pude ver una libreta con un bolígrafo encima. ¡Delphine de Vigan estaba escribiendo también!

Confieso que por un instante olvidé todo lo relacionado con el gato. Ni siquiera ahora recuerdo lo que pasó después. Yo estaba escribiendo al lado de Delphine de Vigan. Nuestras respectivas historias, de alguna forma, se habían encontrado. Creo que ese fue el verdadero motor que me impulsó a terminar mi primera novela.

Leticia Sala

9 de Julio de 2020 a las 09:55