A veces, no prestamos atención a aquellos elementos que nos acompañan a lo largo de nuestra vida pero, en cuanto lo hacemos, nos damos cuenta de lo importantes que son. En este breve pero intenso relato de Leti Sala se pone de relieve todo lo que llega a vivir un colchón, el auténtico guardián de la noche.

Cuando vi toda mi casa vaciada de muebles antes de devolver las llaves, me senté en lo único que no me iba a llevar: el colchón. Noté un silencio diferente en la habitación, nunca lo había sentido así. Me senté en él y repasé las paredes blancas, las sutiles grietas, las marcas de los cuadros, la luz entrando por la ventana. Y entonces desvié mi mirada al colchón, a sus manchas, los relieves, la oscuridad que había ido creando el peso de nuestros cuerpos. Vi siluetas y colores de una vida que tomaba forma en un nuevo lugar distinto a este.

Ahí es cuando me vino a la cabeza. Me di cuenta de que este colchón había escuchado todos nuestros ronquidos, y nuestras patadas para detener los del otro. Miré al suelo, agaché la cabeza, cruzando los dedos de mis manos. Este colchón escuchó todas las confesiones casi inconscientes que nos hicimos antes de dormir, los besos por inercia.  No nos juzgó cuando nos vio mirar el móvil nada más despertarnos, en vez de mirarnos el uno al otro. No diferenció entre risa y llanto. Nos vio meditar, estirar, bostezar. Nos vio hacerlo lo mejor posible.

Este colchón aguantó en silencio el peso de nuestras vidas. Me di cuenta de que había algo abrazándome durante todo este tiempo, sin que yo me hubiese fijado en él. Sentí que me había estado vigilando mientras yo me iba al mundo de los sueños. Y entonces sentí que mi cuerpo durmiendo era un poco menos vulnerable.

Me levanté de ese colchón, bajé todas las persianas. Lo único que pensé al cerrar la puerta principal —la última vez que cerré esa puerta— fue que mi nueva casa, ese nuevo lugar que me estaba esperando, merecía el mejor colchón. Y el que se estaba quedando en la casa, pertenecía a ese mismo lugar que yo estaba dejando. Ya no podía mirar a otro lado.

Leticia Sala

9 de Julio de 2020 a las 09:58